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Lo que el fascismo nos robó

De los 1.800.000 niños de la posguerra que les gustaría retormar los estudios en la jubilación, solo un tercio se atreve a lanzarse a la aventura. Una de las personas que forman parte ese tercio es Juana Valera, señora de 72 años que tuvo que cambiar la escuela por una fábrica.

Niños en la escuela, / Alberto Martí Vilardefrancos

Belén Heredia Rodríguez

Barcelona

14/03/2021

El otro día estuve charlando con Juana. Me dijo que los estudios le iban bien pero que estaba desanimada porque lleva meses sin pisar la escuela debido al revuelo de la COVID-19. Y es que Juana, a parte de no llevarse bien con las tecnologías para seguir los estudios desde casa, es una persona de riesgo, porque claro, tiene 72 años y no se puede arriesgar a coger el virus. 

Juana empezó a ir a la escuela con 5 años. Fue muy afortunada, consiguió una plaza en un buen colegio gracias a que su madre era modista de una familia poderosa económicamente. A pesar de gustarle mucho ir a la escuela y aprender cosas nuevas, no se sentía muy cómoda porque estaban separados en ricos y pobres y, ella, al pertenecer al grupo de los pobres, no recibía tan buen trato como los niños ricos. 

La posguerra empobreció aún más a su familia y a los 11 años tuvo que dejar el colegio para trabajar y así poder llevar comida a casa. 

“En esa época era una tontería ir a la escuela siendo pobre porque valía más aprender un oficio para llevar dinero a casa. Mi madre me decía: tú con las medias te vas a ganar bien la vida, que los estudios no son tan importantes”.

Niños trabajando para poder llevar dinero a casa. / Fuente: La Nueva Crónica

Fueron unos años muy duros para las familias trabajadoras. Muchísimos niños tuvieron que dejar la escuela, al igual que Juana, para ponerse a trabajar y llevar dinero a casa ya que era la única forma de no morir de hambre. 

“En aquel tiempo había pobres y ricos, el fascismo no se portó bien con el pueblo, se enriquecieron ellos y las migajas para los demás”.

Se podría decir, que por la pobreza que causó la posguerra, España se convirtió en un país analfabeto. 

Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), hay 600.000 españoles que no saben leer ni escribir pero, por suerte, a medida que pasan los años, el analfabetismo se va reduciendo gracias a la mejora de las políticas educativas y, las generaciones más antiguas, aumentan sus niveles de estudios

Actualmente, los niños siguen obligados a ir al colegio hasta secundaria pero aun así, sigue habiendo una esclavitud laboral infantil en muchos países.

Escuelas durante la Guerra Civil Española. / Fuente: Heródoto & Cía

Según un estudio de Infobae, a un 1.800.000 de los jubilados les gustaría seguir formándose pero solo un tercio de ellos se atreven a retomarlo. Algunos simplemente quieren seguir ampliando sus conocimientos. “En mis tiempos todos los que estudiaban eran hijos de papá, había poca gente de familia pobre que seguía estudiando”. Otros, no han tenido nunca la posibilidad de estudiar y ahora se sienten realizados. 

Dentro del grupo de los atrevidos a lanzarse a cultivar su mente, un 31’4% son mujeres y, un 28%, hombres. 

Pirámide proporcionada por el INE donde podemos ver los niveles de estudio por edades en España en 1991.

Estudiar en la jubilación tiene muchísimos beneficios, uno de ellos y de los más importantes, que la persona se sienta bien y orgullosa de sí misma.

 

“Cuando me daban impresos, me daba vergüenza decir: oiga que esto no lo entiendo. Entonces me lo llevaba a casa e iba preguntando para poder rellenarlo y ahora no, ahora voy a los sitios y relleno yo los papeles, y eso para mí es un orgullo”.

Gráfico proporcionado por Instituto de Estadística de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura

“A mí me encantaba leer e ir a la escuela, pero no podía,

tuve que trabajar muy jovencita, después me casé…

hasta que no me jubilé, no tuve tiempo para retomarlo”.

Juana no es la única que ha decidido retomar los estudios debido a situaciones semejantes. 

A continuación tenemos un gráfico, desarrollado por un estudio del Gobierno de España, dónde podemos ver cómo a partir del 1932, vuelve a disminuir la tasa de escolarización, fechas que coinciden con la Guerra y la posguerra.

Juana no es la única que se siente orgullosa de haberse formado intelectualmente. Antonio Tarrías, de 66 años, acabó bachillerato con 14 y seguidamente se puso a trabajar, época en la cual era normal empezar a trabajar con esa edad. Actualmente, estudia unos cursos en la UPC para mayores de 55 años. “Me decidí volver a estudiar una vez jubilado, sobre todo, por acabar aquello que en su día había empezado, más motivos existen, tener tiempo, querer estar al día de las corrientes intelectuales, mover el cerebro igual que haces con el deporte, al final todo va unido, y muchas más razones. Estamos haciendo una Diplomatura de 3 años en Ciencia, Tecnología y Sociedad, no pretendo de ninguna forma obtener diplomas. Eso ya pasó. Se trata de incluir elementos que me sirvan para entender y mejorar toda la experiencia acumulada en los años precedentes”.

Según estudios médicos, estudiar en la tercera edad mejora las capacidades cognitivas y funcionales, aprendes cosas nuevas, interactúas con personas de diferentes edades que te aportan otras cosas e, incrementan la autoestima de las personas ya que, en cierta manera, te hacen sentir poderoso. 

Al preguntarle a Antonio por la importancia que le da a los estudios a sus 66 años me contestó: “en mi caso, es demostrarme a mí mismo”.

Es maravilloso que nuestros mayores sigan teniendo ganas de seguir demostrándose a ellos mismos que pertenecer al grupo social de la tercera edad no los limita para nada y pueden conseguir todo lo que se propongan. Un claro ejemplo es la señora Codesido, que a sus 82 años, al igual que Tarrías, también quiere demostrarse a ella misma y es por eso que decidió apuntarse a cursos de la ONCE para aprender braille ya que, al acabar su carrera como profesora, perdió la vista. “Mi minusvalía no me ha impedido nada y me ha hecho darme cuenta de lo maravillosa que es la vida”. Gracias a su voluntad de seguir formándose, puede utilizar dispositivos electrónicos como el ordenador.

Es muy importante que este grupo social aproveche las oportunidades educativas que les brindan algunas instituciones, como ahora, universidades, para acabar del todo con el analfabetismo que provocó el fascismo.

Como me dijo Antonio Tarrías:

“la vida no acaba con la jubilación, diría más, empieza de nuevo y me permitiría decirte que en algunos aspectos, incluso mejor”.

En 1970, al fin, se promulgó la Ley general de Educación que inició una educación obligatoria para aumentar el alfabetismo y que así, los niños, no tuvieran que trabajar.

Antonio Rodríguez leyendo / Fuente propia

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