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Un sábado en un balcón de la calle Entenza

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Anna Calpe
Barcelona, 21/05/2021

Dolores tiene 89 años. Cada día sobre las 12 sale a su pequeño balcón de apenas dos metros cuadrados situado en un tercer piso en la calle Entenza. Sabe que de 10 a 14 podrá disfrutar de algunos de los rayos de sol que caen sobre el Ensanche. Después, el sol dará a las terrazas de enfrente, donde dice que no suelen salir los vecinos a tomarlo. “Me gusta esta terraza. Lo bueno es que está aislada, no te escucha nadie. Por la izquierda se ve Montjuïc, y a la derecha el Tibidabo.” Presume de vistas y mira hacia el castillo situado en la cima de la montaña. Al momento suenan las campanas de la Iglesia de Santa María Mediadora. Las doce en punto. Hace años, las campanas daban todas las horas, ahora solo le hacen compañía hasta las nueve de la noche. Toda su vida ha vivido en esa calle y salir a tomar el sol le ayuda a recordar buenos momentos. “Al final, la vida es solo eso, recuerdos”, dice mientras mira el andar de  las personas que han salido a pasear por la calle esta mañana. Hoy, domingo 25 de abril, no ha pasado ningún avión, pero antes de la pandemia, se pasaba mañanas y tardes mirando hacia el castillo y contando los aviones que volaban por encima de ella; algunos se iban y otros llegaban. Dolores nunca ha ido en avión, por eso, le encanta ver los documentales sobre países exóticos que hacen en la televisión. “Ayer me quedé hasta tarde mirando un documental de la India.” Mientras me contaba los paisajes que había visto a través de la pequeña pantalla que tiene en el comedor, le brillaban los ojos, y parecía que me lo contara como si ella hubiera estado allí. 

Me produjo cierta ternura mezclada con tristeza pensar que un documental le produjera tanta ilusión. Se pasa muchas horas sola. Supongo que cuando estás solo piensas más y te aferras al mínimo detalle que te produzca algo de alegría y compañía.

Cuando Dolores se cansa de mirar el horizonte, mira un poco más cerca. A la derecha, dos calles debajo del pequeño balcón se encuentra la Modelo, ahora desierta. “De pequeña yo y mi amiga Lola quedábamos para jugar en las residencias de la prisión para trabajadores internos.” Dolores, o Dolorcitas, como le solían llamar sus amigas, cuenta que el padre de Lola trabajaba allí y por eso las dejaban entrar. También se oían fusilamientos y, una vez, explica que su hermano pequeño había acabado en el cuartel de la prisión por tirar una piedra en uno de los patios interiores jugando a intentar que la piedra pasara por encima del muro que daba a la calle. Una calle que hace 80 años era solamente campo. “¿Has visto las plantas?, ésta está floreciendo.”. No sólo las plantas delatan que es primavera, los árboles de la calle también están más tupidos. “Parece una alfombra verde”, dice. “Cómo me gusta sentarme aquí. Me gusta porque a la izquierda tienes Montjuïc y a la derecha tienes el Tibidabo”. Luego sonríe, y sigue mirando hacia el castillo. Sonríe en dos metros cuadrados iluminados por el sol.

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